Hace unos meses atrás, un importante sitio de medio ambiente dio a conocer una investigación que revelaba las grandes redes de empresas que se dedican a la extracción y comercialización ilegal de algas en las costas de nuestro país. Según este mismo reportaje, en Chile, al año se incautan cerca de 250 toneladas de algas extraídas ilegalmente y, las que no se logran detener, toman rumbo en mar hacia el oeste: los principales compradores de este producto son países asiáticos para la fabricación de productos cosméticos. Los efectos de la deforestación marina son muy graves para los ecosistemas, sin embargo, no existe aún una política efectiva de conservación para proteger estos bosques que son imprescindibles para la vida ¿Por qué? Aquí en Mar y Ciencia te contamos un poco más.
Las algas marinas, desde el pequeño fitoplancton hasta las gigantes macroalgas, captan grandes toneladas de dióxido de carbono, uno de los principales gases derivados de la quema de combustibles fósiles y responsable del calentamiento global. Cerca de la mitad del oxígeno que respiramos proviene del océano, de hecho, según el Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL), las algas producen mucho más oxígeno que los bosques terrestres. Lamentablemente, cuando se extraen estas algas, se perjudica a las distintas formas de vida marina que dependen de estos ecosistemas y se libera a la atmósfera el carbono que naturalmente almacenan.
Los bosques marinos sostienen la vida, nos dan oxígeno y mantienen las temperaturas del planeta a raya. En un contexto de crisis climática, extraer indiscriminadamente uno de los principales sumideros de carbono azul, no es precisamente una buena idea. El tráfico ilegal de algas es un negocio que enriquece a unos pocos y pone en riesgo a todo el planeta.
Las costas de Chile cuentan con amplios bosques submarinos de algas pardas del género Macrocystis y Lessonia, que conforman estos bosques sumergidos y que, además de cumplir las funciones ecosistémicas que mencionamos anteriormente, son vitales para la biodiversidad costera: los peces que desovan en ellas, los crustáceos y pulpos que recorren sus láminas para alimentarse, lobos marinos y chungungos también; las aves se zambullen en ellos para capturar peces, y un gran etcétera. Las mismas delicadas interacciones ecosistémicas que podemos reconocer de un bosque terrestre, pero bajo el agua. Lamentablemente, tenemos menos noción de estos cambios al no poder verlos a simple vista.
El extractivismo en los bosques marinos
En los últimos años las algas han adquirido gran importancia comercial para Chile. De ellas se extrae el alginato, un carbohidrato utilizado en una gran cantidad de productos y alimentos como postres, helados, lácteos, salsas y condimentos. Pero también son aprovechados por la industria textil, farmacéutica y la cosmética para la fabricación, por ejemplo, de cremas, maquillajes y pasta de dientes. De allí el interés de muchos países que manufacturan productos, principalmente grandes países de Asia y Europa, para sus industrias.
Algunas de las especies más extraídas de nuestro país son el huiro negro (Lessonia berteorana) y huiro palo (Lessonia trabeculata), dos especies de algas pardas que crecen en las costas rocosas. Según datos del Sernapesca, año a año se incautan cerca de 250 toneladas de huiro extraído ilegalmente.
A pesar de que la subsecretaría de pesca ha implementado normas para intentar detener la extracción y el comercio ilegal de algas, y se han realizado avances significativos en la fiscalización, esta cantidad es muy alta y sigue creciendo, pero, lo más peligroso aún es que, en muchos sectores, la extracción está siendo tan rápida que no dejan a los bosques de algas recuperarse. La sobreexplotación también genera deforestación bajo el mar.
Para la bióloga marina y biotecnóloga, Karo Oyarzo, esta es una tendencia general en el modelo extractivista de nuestro país, “Actualmente no hay ningún cuidado con los ciclos naturales de estos organismos y se sobreexplotan en un precio playa muy bajo para enviarse a países donde son procesadas y se nos devuelven como productos de más valor”, señala. “se venden -a la empresa comercializadora- a precio tan bajo, que un alguero tiene que sacar muchas cantidades para que sea rentable”, agrega.
Por ejemplo, de 40 toneladas de huiro que fueron incautadas, se estima que la comercializadora pagó a los pescadores unos 9 millones de pesos. El valor de esa cantidad como producto terminado podría ser hasta seis veces mayor a ese monto. “Sacar algas es un negocio muy rápido en las zonas costeras”, señala la bióloga marina, “y está más asociado al norte y la zona central, debido a que se pueden secar mucho más rápido con el sol y así ser trasladadas”, agrega.
Lamentablemente, no es posible cuantificar a ciencia cierta cuánto es el daño que genera la extracción y comercialización indiscriminada de bosques marinos, “para calcular una disminución necesitas una línea base, una referencia, pero eso no está caracterizado”, señala Oyarzo. El estudio de las algas en Chile es más bien reciente y aún no está bien distribuído a lo largo del territorio. Sin embargo, se pueden tener algunas nociones, a través de los efectos de estos excesos, pues han dejado notorias disminuciones de otras especies de valor comercial como los locos, erizos y varios tipos de peces, lo cual afecta directamente a los pequeños pescadores.
“Hablamos de daño subletal, ya que a veces hay abundancia de algas pero son todas juveniles”, señala Oyarzo, no se alcanza a recuperar el bosque y lo vuelven a sacar, lo cual tiene repercusiones en el ciclo de vida de muchas especies, se estima que alrededor de 110 especies viven únicamente en la base de estas algas.
Por otro lado, en Chile tampoco existe algo como un plan para la regeneración de bosques marinos, se realiza repoblamiento de algas, pero para usos comerciales, lo cual “no tiene el mismo nivel de productividad para una demanda que está fijada en base a la extracción de poblaciones naturales, hay que dejar de pensar en la inmediatez de los resultados”, enfatiza la bióloga marina.

¿Cuánto de los bosques marinos hemos depredado?
Científicos de la Universidad Católica estiman que un bosque de algas demora unos cuatro años en recuperarse tras ser explotado. Un tiempo bastante lento para una especie que es formadora de hábitat. La geógrafa especializada en cartografías de bosques submarinos, Dra. Alejandra Mora, señala que es difícil mapear los bosques en los lugares que están más arrasados, en la zona norte y centro del país. “En la zona sur, en cambio, sabemos que los bosques han sido permanentes en tiempos y espacios”, comenta.
Según la geógrafa, en el extremo sur, las extensiones de bosques de algas son más estables, esto debido también a que las temperaturas se han mantenido bajas a lo largo del tiempo: una de las grandes amenazas de los bosques submarinos es el alza de la temperatura del océano. “En el centro y norte de Chile, no hay mucho antecedente previo y tampoco es fácil saber cómo ha sido la tendencia a largo plazo, a menos que sea específicamente un centro muy estudiado”, señala Mora.
En nuestro país, la mayor amenaza para los bosques submarinos es la extracción humana, a diferencia de otros lugares del mundo, las temperaturas no se han incrementado mucho como para estresar a las algas y que desaparezcan. “Hay un mercado que está dañando mucho los ecosistemas y la supervivencia de un montón de organismos marinos y de comunidades costeras”, afirma Mora, quien también considera que las consecuencias pueden ser muy graves no solo para los ecosistemas, sino también para toda la cultura que se sustenta a través de las algas, “estamos súper conectados con la naturaleza de una manera u otra, si las personas sacan más cantidad de algas de las que se pueden recuperar, los ecosistemas marinos van cambiando y con eso hay menos recursos, de los pocos que van quedando”, agrega.
Chile tiene una tradición de recolección de algas marinas, los pueblos que ancestralmente habitaron estas costas ocupaban huiros tanto para alimentación como para fabricación de canoas, como el pueblo Chango, de la Región de Atacama, reconocido por sus balsas de piel de lobo marino que se amarraban con estas resistentes algas. Lamentablemente, la depredación de los bosques marinos tiene profundas repercusiones que aún no logramos dimensionar del todo, no solo nuestra biodiversidad peligra, sino también visiones y costumbres que han convivido con el océano de forma armoniosa durante siglos, de las cuales podríamos aprender mucho para reconectarnos con la naturaleza y enfrentar con resiliencia la crisis climática.